Le Sultan Misapouf, et La Princesse Grisemine




(...) Mi propia madre, lejos de compadecerme, pareció envidiar el destino que me estaba reservado. y dijo: «Qué feliz va a ser este niño, verá tantas cosas». 
Nada más cumplir los quince años, me puso en manos del hada Tenebrosa para iniciar el curso de mis singulares aventuras. «Hombrecito», me dijo el hada, «ignoráis las obligaciones que vais a tener conmigo: si es cierto que el conocimiento del mundo forma el espíritu, no habrá nadie comparable a vos» Quise testimoniarle mi gratitud. «Dejemonos de cumplidos», me dijo, «no me deis las gracias por adelantado, voy a poneros en condiciones de iniciar vuestra brillante carrera». Y, dichas estas palabras, me tocó con su varita y me convertí en bañera. Confieso que este primer beneficio me sorprendió. Bajo mi nueva forma conservaba, para mis pecados, la facultad de ver, oír y pensar. 
El hada llama a sus mujeres y les dice: «Abrid los grifos». Al instante me siento inundado de agua caliente; sentí tal miedo a ser quemado vivo que desde entonces siempre he tenido una aversión singular por el agua caliente. e incluso por el agua fría. Cuando recobré algo mis sentidos, oí decir al hada en tono agrio: «¡Que me desvistan !». Esta orden fue ejecutada enseguida y no tardé en verme cargado con un peso enorme. Mis ojos, cuyo uso me había dejado el hada por maldad, me permitieron conocer que aquel peso era un gordo trasero negro y aceitoso perteneciente al hada. -Señor -dijo Grisemina interrumpiendo al sultán-, esa hada carecía totalmente de amor propio, me parece que ... -Os parece - replicó Misapuf, molesto por haber sido interrumpido. todas las mujeres deben de tener tanto amor propio como el que vos tenéis, y en eso os equivocáis; la maldad domina en ellas sobre cualquier otro sentimiento, y estoy seguro de que si el hada hubiera podido encontrar un trasero más infame que el suyo, no habría dejado de tomarlo prestado para hacerme rabiar. Sea como fuere, hizo durar mi suplicio hora y media: mi inteligencia debía de estar empezando a formarse, porque en poco tiempo vi mucho del país. 
Dichas estas palabras, Misapuf se dio cuenta al mirar a la sultana de que estaba mordiéndose los labios para evitar reírse. - Creo, señora - le dijo- , que mis desgracias, lejos de conmoveros, os provocan la risa. -Es cierto, señor -respondió Grisemina-, me cuesta ocultaros la alegría que siento al ver que han acabado. -A fe que es salir bien librada - replicó el sultán- . 
Sólo os había hecho esa embarazosa pregunta para daros ocasión de brillar. Por fin el hada salió del baño. Apenas había empezado a disfrutar de verme libre de ella cuando la oigo ordenar a su maldito eunuco negro lavarse en la misma agua. El sultán se interrumpió en este punto y dijo a Grisemina: - ¿Sabéis, señora, cómo está hecho exactamente un eunuco negro? - Señor -le respondió Grisemina-, entre los conejos no hay esa clase de gente, y nunca, que yo sepa, he visto a ningún hombre desnudo más que a Vuestra Sublime Majestad. - Eso no parece demasiado verosímil - dijo el sultán- . Sea como fuere, sabréis que un eunuco es la cosa más infame y repugnante que se pueda ver. Quedé tan horrorizado ante el aspecto de aquel monstruo que me desmayé. Por suerte, la bañera no cambia de cara, y nadie se dio cuenta. Sólo volví en mí para ver a aquel objeto abominable haciendo mil impertinencias con el fin de entretener a las mujeres del hada. Si alguna vez deseo mucho mal a alguien, querría que fuese un eunuco negro. 
-¿Por qué convertirse en bañera? -dijo la sultana. - ¡Pardiez, señora, con toda vuestra inteligencia no sois más que una estúpida! - replicó el sultán- . Una bañera, como por experiencia sabéis, puede convertirse en hombre ; no ocurre lo mismo con un eunuco. - Vuestra Majestad tiene razón -prosiguió Grisemina- , yo soy la equivocada: pero ¿podría preguntaros, señor, cuánto tiempo permanecisteis bajo esa metamorfosis? - Ocho días, señora -dijo el sultán-, que me parecieron ocho años. 
Al noveno, el hada me devolvió mi figura humana diciéndome: «Hijo mío, estoy contenta de vos, habéis cumplido muy bien vuestro oficio de bañera; creo que no os ha molestado todo lo que os he hecho ver en tan poco tiempo. Marcharos, proseguid vuestras brillantes aventuras y acordaros de mí» . Creyéndome dispensado de darle las gracias, le volví la espalda y me marché lo más rápido que pude. (...)


No hay comentarios: